ASOCIACIÓN DE INVESTIGACIÓN ETNOGRÁFICA DEL OCCIDENTE DE CANTABRIA

Espacio creado para compartir y difundir lo aprendido de nuestros mayores, auténticos portadores de nuestro patrimonio intangible

sábado, 9 de enero de 2010

El Carnaval en Liébana

Zamarrones del Concejo de Piasca
Escribí esto hace ya dos años para el blog de otra asociación. Al día de hoy, aquella asociación ha desaparecido pero otros proyectos han visto la luz, como es el caso de la Asociación del Antruído en la Paré de Piasca.Mi admiración y respeto a quienes con tesón han decidido tomar el relevo de la tradición en el Concejo de Piasca

Hablar en Liébana de Antruído es hablar de zamarrones, de campanos, de caras pintadas de negro, de máscaras, de pieles, de cornamentas, de escobas y escobazos.
Los zamarrones son el personaje por excelencia de los antiguos carnavales en la zona. No sabemos muy bien el significado exacto de la palabra “zamarrón”, que entronca con los zamarrones blancos del valle de Polaciones, con los zarramacos de Silió, con los guirrios, zangarrones, peliqueiros, ioldunak y tantos y tantos de otros puntos de España y Europa. El único dato que tenemos es que bajo una acepción similar se conocían en las antiguas tribus cántabras a los grupos de jóvenes guerreros, sin olvidar la relación con fiestas paganas de los romanos de comienzo de año. Si a esto añadimos los elementos comunes a estos personajes como son el blanco de los ropajes, las pieles y elementos animales y los campanos como elemento ahuyentador del mal, la teoría parece cobrar peso.

Por desgracia, el presente en nuestro valle es tan globalizado como desesperanzador; por eso amigo/a que nos lees, te pedimos que no te quedes quieto, que no guardes silencio, no vaya a ser que los zamarrones se duerman para siempre porque nadie hizo nada por ellos.
Con esta pequeña introducción de las mascaradas de invierno, intentaremos explicar a grandes rasgos las celebraciones en Liébana del Carnaval. En los talleres que la Asociación Jatera desarrolla en colaboración con otras asociaciones del valle,la finalidad que se persigue no es generar grandes músicos o danzantes, sino conseguir que la cadena de la tradición oral no se rompa completamente, intentando aportar a los más pequeños desde su mundo ya globalizado y trabajando a través de los juegos, las canciones, los instrumentos y los ritos un mayor conocimiento de su propia cultura, “la de andar por casa” que les permita asimilar y entender que las diferencias suponen riqueza y que además permita que nuestro patrimonio etnográfico sobreviva . Por eso, a quiénes leáis esto, os agradeceríamos que hicierais de nexo, de abuelos de los que vivían en casa y contaban los cuentos, ayudaban a preparar los trajes y cantaban las retahílas de canciones infantiles a los más pequeños.
Si bien los zamarrones variaban bastante de unos valles a otros de la comarca, podemos marcar casi unas pautas comunes:

Los zamarrones salían desde el sábado por la mañana hasta el domingo. No solían salir muchos, pues eran normalmente dos o tres mozos en cada pueblo, que ataviados según el uso del pueblo y provistos de escobas o palos, recorrían las callejas en busca de su objetivo, que no era otro que los niños, los cuales no se disfrazaban. Su diversión era salir a la calle haciendo sonar los campanos, llamando con ello a los zamarrones. Cuando estos los descubrían comenzaban las persecuciones, carreras,… que no cesaban hasta que el niño se rendía tirando el campano.

Unido a esto estaban las comparsas que variaban de unos pueblos a otros. Los de Cosgaya, pasaban Cubo y llegaban a Enterríes y Vejo con la comparsa de “la tiona”. Los de Mogrovejo, Redo, Brez, Tanarrio y Los Llanos con “el del sombrero de copa y la vieja que baila”. Los de Bedoya bajaban a Castro y de ahí subían a Pendes e incluso algún año llegaban hasta Cabañes. Y así iban los mozos de pueblos a pueblos, uniéndose a la comparsa cada día más gente y haciendo noche en pajares y cuadras para continuar la fiesta hasta el miércoles. Estas comparsas iban cantando por las casas y pidiendo chorizos, huevos o lo que fuere para después cenarlo cada día. De ahí queda el chascarrillo

SÁBADO FRISUELERU,
DOMINGO TORREZNERU,
LUNES, BUEN PUCHERU,
MARTES, EL GALLÓN
Y MIÉRCOLES, SE ACABÓ LA FUNCIÓN.


Describiendo la comida o cena de cada día y haciendo referencia el sábado a los frisuelos, el domingo a los torreznos, el lunes a un cocido y el martes a una gallina o buen pollo.

Al día de hoy únicamente los vecinos/as de los pueblos de Los Cos, Piasca Lerones, y algunos años los del valle de Bedoya hacen sonar los campanos cada antruído con tal fuerza y saber, que los viejos zamarrones no tienen más remedio que salir a perseguir a jóvenes y niños sin descanso. Desde Jatera nuestra admiración más sincera al Concejo de Piasca y a sus gentes, porque cada Carnaval es diferente en el valle gracias a ellos; sabe a Liébana, huele a Liébana y rezuma sabiduría popular.

El Carnaval en Polaciones

Zamarrones blancos
Cincuenta años separan aproxiamdamente las dos instantáneas. La Asociación Pejanda y el valle purriego al completo han recuperado la fiesta adaptada a los tiempos, pero viva en su esencia y rituales.


Zamarrones blancos y negros. El ropaje. El ritual


Si una fiesta en el valle era conocida y celebrada junto con las marzas, esa era sin duda los Carnavales. Los Carnavales se “corrían” en el valle desde el Sábado hasta el martes siendo los mozos los protagonistas. Mozos que en su mayoría adoptarían el disfraz de “Negro” frente a sólo unos pocos privilegiados, destinados a lucir el atuendo blanco, verdadero símbolo de Polaciones.
Y es que en aquéllos ahora lejanos años años 40 del siglo XX , fecha en la que los zamarrones dejaron de verse en el valle, la elegancia, la dificultad de confeccionar el traje, la riqueza de las joyas y adornos que lo componían, hacía que únicamente uno, a lo sumo dos mozos en cada pueblo fueran los elegidos para hacer las galas y vestir de Zamarrón Blanco. Su función no era otra que, situados al frente de la comparsa, aplicar el “sabaneo” a las mozas solteras, que consistía en salpicarlas de barro y agua con una piel o saco atado a un largo palo que les sirve además para apoyarse en sus saltos y que recibe el nombre de “zamárganu”. El ritual es seguido con gran alborozo de chillidos y carreras en persecución de las mozas que acaban siempre empapadas a la par que embarradas. Pero la aparente ofensa constituye todo un honor, considerándose más afortunada aquella que ha recibido un mayor sabaneo. Este ritual evoca la fiestas Lupercales, que se celebraban en la antigua Roma en el mes de Febrero y en las cuales, los sacerdotes del Dios Pan, se lanzaban a la calle armados de jirones ensangrentados de piel de cabra, flagelando con ellos a las mujeres que se encontraban en su camino para purificarlas y hacerlas fecundas.
Como contraposición a las barrocas galas del Blanco, se encuentra la figura del tiznado Zamarrón Negro, al cual habían de recurrir el resto de los mozos dispuestos a “correr los carnavales” y cuyo ropaje se componía de prendas viejas, telas de saco y pertrechos sombreros, dando una imagen andrajosa frente a la elegancia del blanco. Son precisamente ellos, los encargados de representar la comparsa que cada año se compone aludiendo a temas de actualidad que afectan al valle.

Gustavo Cotera en “El traje en Cantabria”, Ed. Cantabria, S.A., Santander-95, hace una pormenorizada descripción de los zamarrones blancos del carnaval purriego:
“… Ninguno tan peripuesto como los zamarrones blancos del Valle de Polaciones, quintos soldados cuyo aderezo quedaba a cargo de mujeres sabias en la materia; principiaban por endosarles camisa y calzón como la nieve, toscamente bordadas mangas y perneras, mas unas enaguas almidonadas casi ocultas por rico mantoncillo; éste se prendía a los flancos con alfileres relumbrantes y con un broche atrás, dejando caer sus puntas a modo de cola; cruzaban el pecho bandas de seda lazadas al costado, al par que enormes escarapelas de cintas abrían sus rosas en los hombros, introducción moderna y nada favorecedora fueron la repipiada corbata y las polainas militares o leguis, eso si, bien engrasadas con tocino; a la cabeza el sombrerón de mayor tronío que cabría esperar de esta estirpe de serrones y vaqueros; formaba su base uno de aquellos pajeros descomunales, de los de ir a la hierba, forrado exteriormente con blancos pañuelos de seda; alrededor del borde iba una delicada puntilla de a cuarta, sobre la que temblaban flecos de cristal y collares en festón, mientras por dentro, el ala rebullía de cascabeles; armando la copa, unos alambres sostenían monumental pirámide de flores de trapo, hasta abrumar la figura del zamarrón. Por si no fuera bastante adorno, tornasoladas colonias de tres dedos de ancho, en número de quince o dieciséis, arrancaban de sus respectivas moñas en el borde posterior del ala, flameando a la espalda como llamas de todos los colores…”.

Por su parte, el gran bandurriero Pedro Madrid, en su libro sobre la fiesta en el valle, deja asomar la importancia de la misma:
“la tarde del Domingo Gordo iniciaba el Carnaval en el Valle de Polaciones. Terminaba en la noche del martes. Todo el valle constituido ya en actor, ya en espectador participaba en el mismo, con la excepción de alguna familia sumida en luto reciente. Incluso los serrones de la madera, que trabajando fuera sienten la llamada de los carnavales, se conceden un permiso y regresan a su comarca para vivir aquellos días memorables, que no venían más que una vez al año…”.
Si bien los carnavales como festividad profana estaba prohibidos por decreto desde el año 1.939, en el valle de Polaciones se siguieron celebrando debido a la gran tradición y enraizamiento que tenían entre los pobladores del valle, y quizás protegidos por el propio aislamiento geográfico. Sin embargo los que eran criticados en las comparsas, tenían ya un pretexto para denunciarlos. Por fin en los años cincuenta, y después de pagar una serie de multas, la costumbre de correr los carnavales se fue perdiendo en el valle.
De nuevo Pedro Madrid nos señala en la obra citada, el significado de esta fiesta para la juventud: ” Correr los Carnavales era para los mozos del Valle de Polaciones colmar una de sus máximas aspiraciones, algo que daba mayor plenitud al concepto de hombría de aquellos muchachos. Vestirse de zamarrón, y sobre todo vestirse de blanco, constituía uno de los actos más relevantes que un hijo de Polaciones podía consumar en su vida. “.

El Carnaval de los Zamarrones: Patrimonio Etnográfico Inmaterial

La Asociación Sociocultural Pejanda ,a la par que recupera la fiesta en el año 1998, mantiene viva la esperanza acerca del reconocimiento institucional de la fiesta. En palabras de sus miembros, “si bien el pueblo ha devuelto a los zamarrones al lugar de relevancia social de la que gozaban hasta mediados del siglo XX, se hace necesaria la protección y el reconocimiento por parte de las instituciones, de lo que constituye uno de los elementos patrimoniales más importantes del valle: Los zamarrones blancos y el carnaval. Para más información: http://www.pejanda.wordpress.com/

Mascaradas de invierno en el occidente de Cantabria

Zamarrón blanco purriego aplicando el sabaneo a la moza
Colección de dibujos infantiles "Colorea nuestro Patrimonio" de la Asoc. Jatera
Dibujos de Enrique Molleda




Desde Jatera apoyamos el reconocimiento y protección de las manifestaciones populares como elementos patrimoniales vivos, pero no podemos estar totalmente de acuerdo en su catalogación como Fiestas de Interés Turístico. Si al patrimonio en su vertiente civil construída, por ejemplo, se la cataloga como "Conjunto histórico-artístico" , se articulan las medidas de conservación y protección y como consecuencia se produce una difusión a nivel social que incide en la atracción turística, no entendemos por qué en el caso del patrimonio en su vertiente inmaterial han de "saltarse" todos los pasos relativos a la protección y declaración del bien patrimonial de acuerdo con su categoría, y únicamente se aspira a su protección en la medida en la que lo rentabilizamos turísticamente. No es lo mismo en su origen ni en su significado el Belén Viviente de Santillana del Mar o las Guerras Cántabras, que por ejemplo la mascarada de invierno de la Vijanera. Sin embargo, todas están declaradas Fiestas de Interés Turístico Nacional, con buen criterio, pero eso no significa que la Vijanera no "simbolice algo más". A nuestro juicio, no debieran clasificarse al mismo nivel.Esta es nuestra humilde opinión, y en aras de mostrar las riqueza patrimonial que nos rodea, iremos haciendo una breve descripción de las mascaradas en el occidente de Cantabria, ayudados por quienes investigaron y escribieron al respecto antes que nosotros.

Los Cuentos de Baraja en Polaciones

Pueblo de Santa Eulalia en Polaciones

Escrito para los niños y niñas de la Mancomunidad Saja- Nansa
Publicado en la revista escolar EL ECO, Nº 10


Cuando Luisa Morante nació, ni en su casa ni en todo el pueblo, ni siquiera en todo el valle de Polaciones había televisión, radio o Internet. Por aquellos años, los niños/as apenas iban a la escuela, pues en cuanto tenían edad de trabajar iban de pastores al monte para cuidar las ovejas y vacas. Tampoco había luz eléctrica ni agua que saliera del grifo del fregadero de la cocina o del lavabo del baño. Había que ir a la fuente a por el agua, a lavar la ropa al río y alumbrarse con la luz de la lumbre, las velas o un candil cuando caía la noche.
Aunque pueda parecernos increíble y difícil vivir así, de esto hace menos de 100 años, y ocurría en todos nuestros pueblos, pero esta historia es la de Luisa y su pueblo de Santa Eulalia en Polaciones. Ella, desde pequeña ayudaba en las tareas de la casa, iba de pastora, jugaba cuando tenía tiempo, que siempre era poco, y cuando caía la noche, después de cenar, en lugar de ir al ordenador a conectarse al chat o al tuenti, o salir disparada al sofá a ver la tele, cómo ni había tele ni ordenadores ni Internet, iba con los demás del pueblo a la cocina de algún vecino a reunirse para hablar, cantar, hilar la lana, contar historias…. Ella se pasaba el día ajetreada en sus labores, intentando cumplir y dejar bien hechos todos sus deberes para poder ir cada noche a eso que llaman “hilas” y que tanto disfrutaba.
Las “hilas” se hacían en invierno, cuando caía la noche y a la luz de la lumbre o del candil, los mayores hablaban del trabajo diario, de las vacas, de las ovejas, de si la raposa había entrado en el gallinero y había matado tantas o cuantas gallinas…. Las mujeres hilaban la lueta de lana de las ovejas con la que luego tejerían jerseys y calcetines o lo mandarían al telar para obtener el sayal con que hacer escarpines, mantas o alforjas; los chavales jóvenes del pueblo se pasarían por allí un rato para oír las viejas historias de los mayores y de paso charlar un rato con la moza que les gustaba… y los niños, sentados cerca de la lumbre para no pasar frío, entre juego y labor de escarmenado de la lana escuchaban aquello que sus mayores contaban con toda la atención. La palabra del abuelo era respetada y escuchada y además lo que los mayores contaban y cantaban permitía a Luisa y a los demás soñar con caballeros que iban a la guerra y dejaban a sus novias esperándolos durante siete años, hablaban de moros enormes y gigantescos, de mujeres que morían de parto por no ser cuidadas, de historias de amor entre pajes y princesas, de animales pícaros que se querían llevar al ganado y de tantos y tantos temas. En sus cabezas comenzaban a ponerle caras a esos personajes e incluso jugaban a ser ellos representando esas escenas. La bandurria, como se llama en Polaciones al rabel, acompañaba estas historias largas que llaman romances. Poco se imaginaban los niños que aquellas historias hablaban del mismísimo Carlomagno o de los Reyes Católicos, y que aquellas hilas eran casi casi como ir a la escuela.

En el pueblo de Luisa vivía un señor mayor que estaba inválido. En palabras de Luisa era un “viejucu que le había dao un paralís” y que se llamaba el Ti Mingón. Hay que decir también que en el valle alto del Nansa, a los mayores se le ponía delante el “ti” como si quisieran decir “el tío Juan” o “la tía Paula”. Así pues, este señor mayor que había sido un hombre fuerte y trabajador y que se llamaba Domingo, era conocido en el pueblo como “el ti Mingón”. Siempre estaba sentaduco al sol en un corredor que tenía en casa y cada vez que Luisa pasaba por aquella calleja para ir a por agua, a llevar la comida a los del prao o a lo que fuera, el “ti Mingón” la llamaba y la pedía que se acercara y descansara un poco mientras charlaba con él. Luisa, que no tenía reloj, miraba siempre al cielo y por la luz o por donde estuviera el Sol, sabía si podía estarse un ratuco con el hombre aquel o no. Él, aprovechaba para enseñarla canciones y contarla historias. De todo lo que Luisa aprendió del Ti Mingón había un juego que era su favorito. Siempre que Luisa se lo pedía, el hombre sacaba una vieja baraja de cartas del bolsillo de su chaqueta y comenzaba a echarla las cartas mientras cantaba una vieja canción que hablaba de reyes, mujeres y envenenamientos. Luisa se quedaba con la boca abierta cada vez que oía la canción y veía con unos ojos como platos como las cartas que iban saliendo iban encajando en la historia a medida que ésta se cantaba. Tantas y tantas veces cantó el Ti Mingón el cuentu de la baraja a Luisa, que ella se lo aprendió y jamás lo olvidaría. Poco sabía Luisa que tenía delante uno de los ejemplos más escasos conservados de este tipo de canciones que aprendemos por tradición oral. Tradición oral quiere deir que lo aprendemos “de la boca a la oreja” es decir escuchándolo, nunca escrito en libros o leído.
Cuando fui a visitar a Luisa en su casa de Santa Eulalia hace tres años, nos estaba esperando en su cocina con la lumbre prendida en una tarde de otoño, en la que la niebla, conocida en Polaciones como “la Reina” quería meterse en el monte y privarnos de los colores dorados que se veían desde la ventana, pero a la que le ganó partido la noche. Luisa, nos cantó, nos contó historias y cada vez que su cabeza de ochenta y muchos años volaba a la infancia para contarnos algo, sus ojos brillaban con una luz especial. El recuerdo de las hilas, de sus mayores, de su vida de pastora y de la dureza de aquellos tiempos estaba cubierta de un dulce recuerdo que aportaban los vecinos, las romerías, los bailes de la pandereta, las viejas historias y como no el cuentu de la baraja. Al igual que aquel viejucu hiciera con ella, Luisa sacó su baraja y con una voz firme y armoniosa nos cantó el cuento mientras echaba las cartas sobre el escaño de la cocina.
Luisa nos dejó la pasada primavera, pues ya estaba muy mayor y enferma, pero sus canciones y los recuerdos que quiso compartir con nosotros son ahora cantados por los niños purriegos y no morirán de momento. Cuando ellos sean mayores deberán decidir si deben seguir contando y cantando estas historias y los niños de ahora y del futuro decidirán si deben escuchar lo que los mayores guardan en el arca de sus saberes y maravillarse con las historias o mirar para otro lado.
María Bulnes. Diciembre de 2009

EL CUENTU DE LA BARAJA

El Rey Napoleón salió,
Con una serpiente al pie,
Y un caballero con copa,
Y a pedirle a esta mujer.
Caballero esta es mi copa,
Con mi caballo tan majo
Para pedirle un doblón
Y al Rey que se lo ha mandado.

Debajo de un pino verde
El Rey se bajó a beber
Y una mujer valerosa,
Los oros quiso vencer.
Con mi caballo valiente
Y una mujer con dinero,
Y el Rey por burlarse de ella,
La copa le echó veneno

Informante: Luisa Morante - Santa Eulalia
Lo aprendió del “Ti Mingón”